Me niego a poner nombres a los sentimientos.
No quiero poner precio, fecha de caducidad,ni sabores a los besos, ni color a los momentos negros.
Es mejor dejarlos pasar.

09 mayo 2012

Pizarro.



Cuando era pequeña quería ser como mi abuela. Era la persona más buena y sabia que nunca he conocido. Me acuerdo de los veranos, que siempre parecían eternos en esa terraza de la calle Pizarro.
Los sábados por la mañana bajabamos a dar un paseo, al parque que está al lado y a comprar el periódico a la tienda de una amiga de mi abuela que siempre la recibía con gritos de alegría a pesar de verla todos los días. Ella al salir me decía: "esta mujer nunca estuvo muy bien de la cabeza cariño, pero es buena señora". Y nos íbamos agarradas de la mano hasta llegar a esas viejas escaleras de madera por las que tantas veces me caí jugando.
Por las noches, nos sentábamos en el salón a ver "películas de mayores" y me contaba que cuando era pequeña no habían esas cosas tan modernas, que en las películas cantaban y que se escondían para ver las películas de vaqueros. Luego me ponía una taza que tenía el nombre de mi madre escrito y me decía: "aquí desayunaba tu madre cuando era pequeña así que ten cuidado y no la rompas...".
En el baño, tenía un frasco de cristal con algodones de colores... Cada día me dejaba coger un color distinto así que después de haber seleccionado cuidadosamente el color del día iba a su lado y le pedía que me pintase los labios como ella. Me los pintaba y antes de irme a dormir cogía cuidadosamente el algodón y me limpiaba los labios.
En su habitación, habían un monton de frascos de colonia vacíos... Nunca tuvo mucho dinero para gastar en colonia, pero coleccionaba estos frasquitos de muestras que había conseguido en el Corte Inglés, donde tanto tiempo trabajó. Nunca olvidaré el olor de su colonia... Sería imposible aunque quisiera...
Pero puede que lo más emocionante para mi de lo que había en su tocador fuese una cajita de música blanca con una pequeña bailarina dentro. A veces la abría y me quedaba horas viéndola dar vueltas y escuchando su musiquilla...
Sobre la cama, habían varias muñecas... Todas ellas habían pertenecido a mis tías cuando eran pequeñas, pero había una que para mi era muy especial; puede que fuese porque ella me había dicho que era especial. Era una muñeca con la cara un poco sucia y dos trenzas negras en el pelo. Tenía los ojos muy verdes y sus pestañas estaban pintadas con rotulador. El vestido era negro con unas flores muy pequeñas estampadas.
Yo nunca cogía esa muñeca... Puede que le tuviese respeto por todas las historias que mi abuela me contaba acerca de todo lo que vivió con ella... Era suya y ni a mi madre ni a mis tías se la había dejado. Un día, antes de acostarme me dijo que quería que me quedase con esa muñeca y que le pusiese un nombre. Mi imaginación con esa edad no daba para mucho así que decidí ponerle Verde. Hoy en día me siento orgullosa del nombre, ese color que tanto significa para mi.
Por las mañanas entraba el Sol por la ventana y se oían las gaviotas. Nunca hubo persianas en esa casa, puede que esa sea la razón por la cual en mi casa de hoy en día tampoco las haya. Me levantaba antes de que mi abuela se despertase y siempre hacía el mismo recorrido: primero iba al pasillo y marcaba el número de teléfono de mi casa... 226312 (todavía no había prefijo). El teléfono era muy antiguo, de los que tenían una rueda y tenías que girarla pasando por todos los números que querías marcar... Luego me adentraba en lo desconocido... la habitación prohibida situada al lado de la cocina. No es que tuviese nada en especial, sólo un monton de cajas y objetos de cuando mi madre y sus hermanos eran pequeños. La cuestión es que estaba prohibido y tenía que entrar a verlo. Después de una rápida ojeada, salía corriendo hacia la habitación de mi abuela y la despertaba metiéndome en su cama...
La cuestión es que hoy me he encontrado esa caja de música. No la recordaba hasta que abrí la caja y empezó a sonar la música. En ese momento mi cabeza retrocedió unos 14 años y me hizo recordarla tal y como era antes de ponerse enferma. Pense sobre lo injusta que es la vida pero también sobre la suerte que tengo de que, aunque ya no sea la misma de antes, este conmigo. Y la suerte que tengo de que no sea consciente de lo que le pasa y no se lo tenga que explicar.
Es muy importante disfrutar con cada persona cada segundo como si fuese el último puesto que no sabemos que puede pasar... Sólo darle las gracias a ella por hacer que mi infancia fuese la mejor del mundo, por quererme tanto y por haber sido un ejemplo a seguir para todos los que la conocieron. Gracias.

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